sábado, 22 de mayo de 2010

Fiesta o tragedia




Los defensores de la Fiesta siempre han argüido su presencia en la poesía y demás bellas artes,no soy anti pero entiendo que también que en ellas han quedado reflejadas las y guerras no no por esto las están defendiendo,yo analizando la obra de tres de los mas grandes poetas españoles veo mas critica que defensa,habrá otros que hace lo contrario.

LLAMO AL TORO DE ESPAÑA, por Miguel Hernández
Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.
Despiértate.
Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.
Levántate.
Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.
Esgrímete.
Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.
Desencadénate.
Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.
Yérguete.
No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.
Víbrate.
No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.
Revuélvete.
Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.
Truénate.
No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.
Abalánzate.
Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.
Revuélvete.
Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.
Atorbellínate.
De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.
Sálvate.
Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.


Lorca, duendes y toros
Sin duda, Lorca  no contaba con la posibilidad de que existieran diferentes clases de duendes  cada vez que afirmaba que en la tauromaquia se podí­a apreciar la influencia de la magia del duende, sobretodo cuando el que lidiaba al toro era un muy enduendado torero. 
España es el único paí­s donde la muerte es el espectáculo nacional y es en esta fiesta de clarinetes, capotes y estoques, donde, afirma Federico Garcí­a Lorca, donde el duende adquiere sus acentos más impresionantes. "Porque tiene que luchar, - dice - por un lado, con la muerte, que puede destruirlo, y por otro lado, con la geometrí­a, con la medida, base fundamental de la fiesta".
Se dice que el duende es un niño que murió sin ser bautizado o un niño malo que golpeó a su madre. Otros dicen que los duendes provienen de los ángeles y son hermanos de las hadas. ¿A qué tipo de duende se referirí­a Lorca cuando hablaba de esa magia, esa vibración que han sentido los artistas en muchos momentos de su vida, y que se materializó en las mejores obras de arte?
Habla siempre, eso sí­, de un duende relacionado con la muerte, que se encuentra en la sangre, en lo más hondo de nuestro ser. Es alguien que nos posee desde dentro, y no desde fuera como hacen las musas o los ángeles que inspiraban a los grandes pintores y escultores italianos y franceses.
Tal vez sea verdad que los buenos toreros tienen duende, y no dudo que en sus momentos de esplendor hagan vibrar y emocionen al público y a ellos mismos. Pero los duendes, habiéndose comprobado que nos poseen por completo en un profundo éxtasis de inspiración sublime, necesitan del control y el cuidado de las musas y los ángeles, para que nos guí­en y derramen su gracia.
Pero Lorca propone rechazar al ángel y dar un puntapié a la musa. Y eso son los toreros, efectivamente: seres poseí­dos por un duende perverso que persigue la muerte hasta el último soplo de vida, de quién sea que vaya a morir.
Al duende le gusta merodear la muerte o la posibilidad de muerte. Es travieso y le gusta jugar y esconderse en la oscuridad, disfrazarse de malo y simular matar o ser matado. Pero cuando el juego va más allá y finalmente la obra culmina con la muerte real de un ser vivo, el duende llora, y finalmente muere. Hay que recordar que los duendes son niños, a quienes gustan los bordes del pozo, como dice Lorca, pero yo dudo que quieran caer en él.
 
El duende en los toros es un duende perverso y macabro, manchado de sangre y completamente absorbido por una brutalidad abrasadora, un niño abandonado sin familia con quien ni musas ni ángeles quieren ya jugar. Un duende enloquecido que supera el lí­mite y sin horizonte, perdido entre las más oscuras entrañas de seres humanos e inhumanos.
 
A mi parecer, el arte se caracteriza precisamente por ese constante flirteo con el lí­mite, pero nunca lo traspasa.
 
El duende que hizo hervir la sangre de Leonardo para crear pintura y de Becker para crear poesí­a no puede ser el mismo que lleva a un mal nombrado artista a destruir y corromper la vida, aún cuando esa creación de la muerte, es decir, la aniquilación, provoque emociones y haga sentir vivos los corazones de aquellos que normalmente nunca sentirán similar emoción ante las obras de Caravaggio, Boticelli o Van Gogh, y mucho menos con Matisse, Kandinsky o John Cage.
 
A los que les llega la emoción del duende de la sangre y de la muerte quedaron de por vida tristemente insensibilizados ante las vibraciones más sutiles pero verdaderas del duende del arte que aspira a ser una continuación de la naturaleza, la vida y la creación, y no una interrupción de esta.
 
España es un paí­s de muerte y abierto a la muerte, dice Lorca, no sin toques de cierto orgullo nacional, al ser junto con México el único paí­s "donde el chiste y la contemplación silenciosa de la muerte son familiares a los españoles". Donde matar puede llegar a ser considerado arte, y disfrutar con ello, ser la máxima expresión de la sensibilidad.
 
Si todo esto es cierto, si es un duende el que impera en la sangre de los toreros y no un demonio, debo admitir, pues, que España está poseí­da por una oleada negra y oscura que emborrachó y ahogó los corazones de sus habitantes, sumiéndolos en la creencia de que matar toros podí­a ser arte.
 
El duende ama el borde, la herida. Se encarga de hacer sufrir por medio del drama, como en el baile español, y como en los toros, dice Lorca. Pero en el baile español, como en otras formas artí­sticas como la música, el teatro, la pintura... el sufrimiento es alegórico y mental, es poesí­a siempre. En los toros el sufrimiento es real y es por ello que despierta a la vez el sufrimiento del público, no porque haya duende necesariamente, y aún menos arte, sino porque en efecto se trata de la muerte en persona, que embriaga los corazones de todos aquellos quienes la están observando.
 
"España es un paí­s de muerte y abierto a la muerte", dice. Supongo que lo que Lorca querí­a decir con "abierto a la muerte" es que en España se observa a la dama de negro actuar desde una posición cobarde y lejana.
 
Que España sea un paí­s de muerte, eso sí­. Y con un duende totalmente pervertido.

 
martes 16 de octubre de 2007

es cosa de hacer una barbaridad. (Por supuesto, que lo mejor es reírse.) El Imparcial y El LiberalPOR GERARDO DIEGOANTONIO MACHADO Y LOS TOROS /Gerardo Diego

ABC. Madrid, 28 de Marzo de 1962

Sobre Antonio Machado y su posición crítica frente a la Fiesta Nacional ya se ha escrito, y entre los aficionados a toros y a poesía a la vez venimos aclarando la cuestión desde hace tiempo. El gran poeta no era lo que hoy entendemos un aficionado a los toros, al menos un buen aficionado. Esto no quita para que de cuando en cuando asistiese a las corridas y para que sospecháramos que en sus mocedades pudo tener también sus veleidades más o menos flamencas. Sin llegar a la auténtica afición de su hermano, el gran Manolo Machado, el que hubiera querido más que nada, más que poeta, ser un buen banderillero.

La posición de Antonio Machado, maduro y espiritualmente desengañado y viejo, desdoblado en su ente de ficción "Juan de Mairena”, está muy clara. He aquí sus palabras: "Por esto las corridas de toros, que, a mi juicio, no divierten a nadie, interesan y apasionan a muchos. La afición taurina es, en el fondo, pasión taurina; mejor dicho, fervor taurino, porque la pasión propiamente dicha es la del toro."

Reflexionando un poco sobre el sentido de esta sentencia, advertimos que cuando Juan de Mairena, esto es, Antonio Machado, alarma que la pasión no es la del espectador, sino la del toro, emplea la palabra "pasión" en su sentido justo, en el de padecimiento o trance de dolor hasta la muerte, tal como un andaluz, por devoción cristiana, está obligado a interpretar con todo derecho. La pasión y muerte es la del toro, y rarísima vez la del torero, como no sea en su imaginación medrosa. Y, por supuesto, nunca la del aficionado que contempla la corrida.

Pues bien: ahora tenemos la prueba de lo que siempre habíamos sospechado de la temprana afición o asistencia taurina de Antonio Machado. Debemos esta revelación y otras muchas de la formación literaria del poeta a Aurora de Albornoz, que publica en Puerto Rico una colección curiosísima de crónicas periodísticas de los hermanos Machado sacadas de una revista de 1892 a 1893, cuando ambos hermanos andaban todavía por los diecitantos sin llegar a los veinte años. La revista era madrileña y su título era La Caricatura. Fueron los hermanos Machado los que lo recordaron contando su vida a Pérez Ferrero y sólo ahora el dato preciso ha sido aprovechado con la publicación de todas las crónicas y artículos del uno, del otro o de los dos juntos en colaboración. Manuel se firma "Polilla", nombre de gracioso de Moreto. Antonio, "Cabellera", y ambos, cuando colaboran fraternalmente, "Tablante de Ricamonte". Con tal clave dada por ellos mismos ha sido muy fácil la atribución, porque si no, la semejanza de humor y de estilo es tan grande que hubiera hecho dudosísima la identificación.

Los apuntes taurinos de Antonio, de "Cabellera", son más bien de crítica o reseña profesional, de costumbrismo satírico y humorístico. No olvidemos que el periódico se llama La Caricatura y que nació como una simple colección de caricaturas, a las que luego se añadió, cuando ya la publicación llevaba varios números, páginas de prosa de buen humor.

Pues bien: justamente el primer artículo de Antonio Machado sobre "La afición taurina". He aquí algunos párrafos que prefiero dejar sin comentar.

"Parece mentira que haya quien se atreva a afirmar seriamente que el arte taurino y la afición del público de Madrid a las fiestas de toros se encuentra hoy en notable decadencia. Porque, no obstante las lamentaciones de los viejos aficionados, que sin cesar evocan aquellos tiempos, de felice recordanza, en que se recibían toros por docenas, y en que Montes, Cúchares y Chiclanero desempeñaban tan importante misión, ajustándose al Código sagrado, cuyos preceptos son de todo punto inolvidables, el número de corridas verificadas al año es cada vez mayor; los tendidos y gradas de las plazas de toros se encuentran de día en día más concurridos, y los verdaderos aficionados, los aficionados enragés, siguen con inmenso interés la suerte de los espadas más notables, reciben telegramas notificando sus triunfos y celebran banquetes en su honor.

"Fácil será, a quien se lo proponga, encontrar alrededor de una mesa de café reunida un clásico aficionado que lleva en sus patillas blancas cincuenta años de toreo desde las gradas de la plaza de Madrid...

"Porque yo he visto, por mis propios ojos -exclama retorciéndose el bigote y frunciendo el entrecejo uno de los contertulios-, y aquí está Cortezo, que no me dejará mentir, la faena empleada por el Chispero en su primer toro, consistente en dos pases naturales, dos pases de pecho y tres pases ayudados y un pase en redondo, y con la res cuadrada, un volapié hasta la mano que hizo innecesaria la puntilla. ¿No es esto una brillante faena? ¿Qué más puede pedirse a una espada de cartel? ... Para que vea usted, don Matías, hasta dónde llega la depravación humana y me diga si no califican la estocada de pescuecera, asómbrese usted, don Atilano, ¡de pescuecera!"

No hay comentarios:

Publicar un comentario