Triste experiencia la que estamos viviendo. Parece que todo se descompone, y al olor de la carroña acuden los buitres con su estrépito festivo a devorar los restos de su maltrecha y queridísima patria, rebuscando entre la carroña la llave del poder, el preciado tesoro que, a veces, les arrebata la democracia.
La supuesta revisión que iba a sufrir el capitalismo como consecuencia de la crisis a la que nos llevaron las malas artes de sus príncipes se ha convertido en una refundación integrista del sistema. La indignación y posterior rechazo de la oposición a las propuestas del Gobierno cuando este se acerca a sus postulados es sorprendente. Rajoy justifica su postura con una paradoja que suena a amenaza: “Las medidas son injustas e insuficientes”. Nadie duda de lo primero, aunque no deja de asombrar la defensa del gasto social que hace la derecha cuando estos recortes, según afirmó el propio Rajoy, eran una propuesta suya. En cuanto a lo de insuficientes, parece anunciar que nos espera una “injusticia” todavía mayor.
Con respecto a la reforma laboral, la patronal exige, ahora que puede, el abaratamiento de los despidos con la excusa de que tal medida genera empleo, cuando los datos muestran lo contrario: la mayoría de los que han ido a engrosar las cifras el paro tenían contratos basura.
Al ver al toro malherido, se deciden a arrimar el hombro, pero para clavar el estoque con más fuerza, en comandita. Mirar la agonía desde la barrera y, una vez despejada la plaza, ocupar la presidencia, desde cuya perspectiva se atenúa el drama y se recupera el amor patrio mientras se hace taquilla y se pone a buen recaudo. Esta es nuestra fiesta.
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