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miércoles, 26 de mayo de 2010
ENTREVISTA: ALMUERZO CON... SUSAN GEORGE
"Mi consejo: estudia al rico, el pobre ya sabe qué va mal"
Susan George ha parido tres hijos que le han dado cuatro nietos, El informe Lugano (1999) y una decena de libros más, centenares de artículos y un peculiar sistema para comprender las megacifras de esta crisis: un euro equivale a un segundo. De modo que los 15.000 millones que el presidente Zapatero pretende ahorrar son 475 años, y el fondo de 750.000 millones de la UE y el FMI para salvar países en apuros suman ¡casi 24.000 años! "Lo que han hecho por ahora es salvar a los bancos, no a las personas, no a griegos o españoles. Enriquecemos a los bancos y luego los salvamos".
"Tomo fenómenos que parecen complejos y los hago más simples sin simplificarlos", explica mientras desgrana en tono didáctico su receta contra la crisis, detallada en Sus crisis, nuestras soluciones, editado por Icaria e Intermón Oxfam. Es tan entusiasta con su discurso como con el menú degustación que elige. "Los primeros espárragos que tomo esta temporada. Deliciosos. ¿Cómo traen esta merluza? ¡Sabe como si acabara de salir del mar!". Deja el plato reluciente.
Nada que ver con lo que se cuece en los mercados financieros. "Se hacen algunas cosas muy sucias que deberían estar prohibidas". Y se lanza a explicar cómo se perpetra un ataque al euro o da otro ejemplo que, formulado así, pone los pelos de punta: "Compro el seguro de su casa sin que usted lo sepa, la incendio, queda reducida a cenizas, ¡y cobro el seguro!". ¿Cómo dice? "Eso, más o menos, son los llamados derivados, algo muy común". La incansable señora George (Akron, Ohio, 1934) lucha para que la gente reclame urgentemente reglas estrictas en esa selva de tiburones. "Algunas prácticas debe ser ilegalizadas; otras, gravadas".
Ha perdido casi todas las batallas que ha librado. Y son muchísimas. Recuerda una victoria, a finales de los noventa: "Nos libramos de un texto horrible de la OCDE, el Acuerdo Multilateral de Inversiones, que daba barra libre a las corporaciones".
Esta politóloga alta, coqueta, que votó por Obama, llegó a París en 1954. Fue a estudiar, se enamoró y se quedó -también es francesa-. Sigue al pie del cañón. "Me interesa quién manda. A los jóvenes siempre les digo: 'Estudiad a los ricos y poderosos. Los pobres no necesitan que investigadores como nosotros les digan qué va mal. Ya lo saben". A ella le aterra el cambio climático. Prueba el pudin de Yorkshire. Aprobado. "Es como el mío".
Insiste en que dinero hay, y mucho. El problema, asegura, es que no se busca en el lugar adecuado. "Tras la crisis de Lehman Brothers había nueve millones de personas que juntas tenían 38.200.000.000.000 dólares, con 11 ceros [más de un millón de años], dólares listos para invertir, casi en cash, no en casas, yates o cuadros. En efectivo". Información "interesantísima", cuenta, cortesía de Merrill Lynch.
"Cualquier banco que haya sido salvado con dinero público debe estar obligado a prestar dinero a gente normal. Con garantías, claro, no pretendo que repartan el dinero alegremente en las calles", puntualiza.
"¡Dios, estoy llena. Esto es una fiesta gastronómica! Cenaré poco". ¡Ah!, no piensa jubilarse.
"Tomo fenómenos que parecen complejos y los hago más simples sin simplificarlos", explica mientras desgrana en tono didáctico su receta contra la crisis, detallada en Sus crisis, nuestras soluciones, editado por Icaria e Intermón Oxfam. Es tan entusiasta con su discurso como con el menú degustación que elige. "Los primeros espárragos que tomo esta temporada. Deliciosos. ¿Cómo traen esta merluza? ¡Sabe como si acabara de salir del mar!". Deja el plato reluciente.
Nada que ver con lo que se cuece en los mercados financieros. "Se hacen algunas cosas muy sucias que deberían estar prohibidas". Y se lanza a explicar cómo se perpetra un ataque al euro o da otro ejemplo que, formulado así, pone los pelos de punta: "Compro el seguro de su casa sin que usted lo sepa, la incendio, queda reducida a cenizas, ¡y cobro el seguro!". ¿Cómo dice? "Eso, más o menos, son los llamados derivados, algo muy común". La incansable señora George (Akron, Ohio, 1934) lucha para que la gente reclame urgentemente reglas estrictas en esa selva de tiburones. "Algunas prácticas debe ser ilegalizadas; otras, gravadas".
Ha perdido casi todas las batallas que ha librado. Y son muchísimas. Recuerda una victoria, a finales de los noventa: "Nos libramos de un texto horrible de la OCDE, el Acuerdo Multilateral de Inversiones, que daba barra libre a las corporaciones".
Esta politóloga alta, coqueta, que votó por Obama, llegó a París en 1954. Fue a estudiar, se enamoró y se quedó -también es francesa-. Sigue al pie del cañón. "Me interesa quién manda. A los jóvenes siempre les digo: 'Estudiad a los ricos y poderosos. Los pobres no necesitan que investigadores como nosotros les digan qué va mal. Ya lo saben". A ella le aterra el cambio climático. Prueba el pudin de Yorkshire. Aprobado. "Es como el mío".
Insiste en que dinero hay, y mucho. El problema, asegura, es que no se busca en el lugar adecuado. "Tras la crisis de Lehman Brothers había nueve millones de personas que juntas tenían 38.200.000.000.000 dólares, con 11 ceros [más de un millón de años], dólares listos para invertir, casi en cash, no en casas, yates o cuadros. En efectivo". Información "interesantísima", cuenta, cortesía de Merrill Lynch.
"Cualquier banco que haya sido salvado con dinero público debe estar obligado a prestar dinero a gente normal. Con garantías, claro, no pretendo que repartan el dinero alegremente en las calles", puntualiza.
"¡Dios, estoy llena. Esto es una fiesta gastronómica! Cenaré poco". ¡Ah!, no piensa jubilarse.
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